Al principio de su llegada a la Península Ibérica, los gitanos son bien acogidos. Vivían con libertad y no sólo no eran rechazados, sino que los campesinos y aldeanos, les miraban con simpatía y comerciaban con ellos. Sus habilidades artesanas, su facilidad para entretener y divertir, eran apreciadas.
Y es que la sociedad que los gitanos encuentran a su llegada era muy distinta a la que luego se conformó con el fin de la reconquista y el reinado de los Reyes Católicos.
La hegemonía del cristianismo acaba con la convivencia más o menos armoniosa y pacífica entre diversas culturas y religiones (judíos, árabes y cristianos) que es sustituída por el fanatismo y la represión.
Ya no hay lugar para la tolerancia, ya no se acepta a los que piensan, hablan, visten o se comportan de forma distinta. Así, en nombre de la fe, los Reyes Católicos y la Iglesia a través de su "policía política", la Inquisición, ponen en pie los que han sido hasta hace poco los pilares ideológicos de las clases dirigentes españolas: "Un único y absoluto poder político, una única religión, una única lengua, una única cultura y por consiguiente una única manera de ser y sentir".
En esa situación, los gitanos aparecen entonces como gente peligrosa, difícil de domesticar y de controlar. Su forma libre de vivir y su apego a sus propias costumbres y tradiciones, no sólo no encajaban en la sociedad férrea y homogénea que pretenden los RR.CC. y posteriormente sus sucesores, sino que eran mal ejemplo para algunos campesinos y aldeanos.
A partir de ahí, comienza la represión política contra pueblo gitano que ha durado hasta hoy y que con el paso del tiempo ha generado un sentimiento de rechazo hacía ellos por parte de la mayoría de la población española.
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